“Nadie va a poner plata si no creemos en nosotros”. La frase de Claudio Zuchovicki no fue un eslogan de ocasión, sino el corazón de su ponencia en el Santa Fe Business Forum. El economista, docente y referente del mercado de capitales puso sobre la mesa un diagnóstico que interpela de lleno a la industria argentina: un país con recursos estratégicos, capital humano y conocimiento, pero atrapado en un círculo de desconfianza que frena inversiones y posterga el desarrollo.
En La Fluvial, Zuchovicki fue directo al fondo de la cuestión: qué condiciones necesita la industria para despegar. Su charla, titulada “¿Arranca la micro argentina? ¿Es hora de invertir?”, planteó un escenario internacional favorable, aunque advirtió que el motor productivo seguirá a media máquina mientras no haya un rumbo claro y sostenido.
El mundo atraviesa una etapa que juega a favor de países como Argentina. La posible baja de tasas de interés en Estados Unidos forzará a los capitales a buscar destinos productivos en lugar de refugiarse en la renta financiera. A ello se suma la pérdida relativa de fuerza del dólar, lo que incrementa el interés por invertir en activos reales como energía, minería y alimentos.
“A esa base productiva se le añade un capital humano que funciona como un acelerador fenomenal”, sostuvo Zuchovicki. Hoy, el 80% de los empleos dependen de servicios y conocimiento, un recurso estratégico que, articulado con los sectores tradicionales, podría motorizar una nueva etapa industrial.
Además, en un mapa global marcado por guerras y tensiones, Argentina aparece como un “verde clarísimo” que puede ofrecer a los inversores previsibilidad y abundancia de recursos.
- Todo este potencial, sin embargo, choca con una pregunta inevitable: ¿qué pasa con la infraestructura? ¿Es el verdadero cuello de botella?
- Sin infraestructura no hay industria competitiva. Argentina exporta energía, alimentos, servicios y conocimiento. Pero sin rutas, sin conectividad, sin logística eficiente, esos recursos no se convierten en valor.
La industria no sólo necesita recursos naturales; necesita la capacidad de moverlos, transformarlos y exportarlos en tiempo y forma. Por ejemplo, el cobre de la cordillera puede ser la base de una industria metalúrgica poderosa, pero si no hay caminos, trenes ni puertos eficientes, el recurso se convierte en una oportunidad perdida. Lo mismo vale para el gas de Vaca Muerta, el litio del norte argentino o la producción agroindustrial de la pampa húmeda.
La obra pública, tradicionalmente financiada por el Estado, ya no alcanza para cubrir la magnitud de estas necesidades. El déficit fiscal limita la capacidad del Tesoro, y la política de parches no resuelve los problemas estructurales.
El Rigi como
llave de inversión
El Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (Rigi), incluido en la Ley Bases, fue uno de los temas que sobrevoló la exposición. Aunque Zuchovicki no lo mencionó de manera explícita, su análisis de la infraestructura y la necesidad de capital privado encaja de lleno en la lógica de este régimen.
“Si el Estado no tiene los fondos, los privados deben financiar la infraestructura y se repagan con el uso”, refirió. Esto significa que obras claves para la industria –desde autopistas hasta gasoductos, pasando por trenes y parques energéticos– pueden ejecutarse sin depender de los vaivenes presupuestarios, siempre que exista un marco de seguridad jurídica.
El economista puso como ejemplo concreto la construcción del tercer carril de la autopista Rosario-Santa Fe, una obra presentada en el Forum. “El camionero que paga el peaje financia la obra. No la Nación ni la provincia ni la constructora. Es el mercado el que presta, con garantía real. Y eso funciona”, argumentó.
También abordó la lógica de costos en la relación entre Estado y privados, con un ejemplo que resonó en el auditorio: “Si sos un gran cocinero y te contrato en el mercado privado, me pedís $5 M. Pero si te contrato desde el Estado, ¿cuánto me pedís? ¿El doble? ¿El triple? Porque sabés que el Estado paga tarde y te estás cubriendo”.
La infraestructura se convierte en motor industrial cuando hay reglas claras que permiten al sector privado financiar y recuperar su inversión. El Rigi busca precisamente eso: dar certezas fiscales, aduaneras y legales durante tres décadas para atraer inversiones que el país no puede financiar por sí solo.
El problema, según Zuchovicki, no es técnico ni económico: es político y social. “El Rigi puede prometer estabilidad por 30 años, pero si la política argentina es un péndulo que cambia las reglas cada cuatro, el régimen se convierte en letra muerta”, advirtió.
La desconfianza no es sólo hacia los gobiernos, sino hacia todo el sistema: “Los argentinos tenemos más dinero declarado afuera que el valor total de todas las empresas que cotizan en bolsa. Eso es desconfianza en nosotros mismos”. Y lanzó una pregunta que le hicieron inversores en Estados Unidos, que aún le resuena: “¿Quién viene después?”.
Para la industria, la respuesta es determinante. Ningún empresario se comprometerá a hacer inversiones millonarias en plantas, equipamiento y tecnología si no existe garantía de que las reglas se mantendrán a lo largo del tiempo. La productividad requiere horizonte, y el horizonte en Argentina suele estar nublado por la incertidumbre política.
Reformas para liberar
a la industria
Otro gran obstáculo que señaló Zuchovicki son las distorsiones fiscales y laborales. “Un empleador paga $1.750.000 por un empleado que en mano recibe 800.000. Eso no incentiva a nadie. Ni al que produce ni al que trabaja. Es insostenible”, graficó.
Las reformas estructurales, enfatizó, no son un capricho ideológico, sino una condición de competitividad industrial. La excesiva carga impositiva encarece los productos argentinos frente a la competencia global, la rigidez laboral desalienta la contratación en sectores intensivos de mano de obra y la ineficiencia burocrática multiplica costos.
Para que la industria argentina saque partido del contexto y el potencial de sus recursos, se necesita un rediseño integral del sistema productivo. Sin eso, la infraestructura financiada por el Rigi puede construirse, pero no tendrá un entramado industrial capaz de explotar los beneficios.
El foro también puso en evidencia cómo ciertas obras de infraestructura, como el tercer carril de la autopista Rosario-Santa Fe, pueden facilitar la logística y el comercio regional, al incrementar la eficiencia del transporte de cargas y conectar polos productivos.
Según Zuchovicki, la clave está en articular intereses entre Estado, privados y usuarios. Esa misma lógica, aplicada a nivel nacional y con reglas claras y previsibles, sería necesaria para que el Rigi atraiga inversiones de largo plazo.
Una oportunidad
para no desperdiciar
Zuchovicki cerró con un mensaje ambivalente: optimista en cuanto al potencial, pero cauto sobre las condiciones. Argentina tiene recursos, contexto internacional favorable y capital humano. Pero la microeconomía y la industria sólo despegarán si logramos confianza, consensos y reformas.
“Nadie va a poner plata si no creemos en nosotros”, repitió. La frase resume la encrucijada. Con un marco de incentivos adecuado se podría movilizar la inversión para actualizar la infraestructura industrial; sin embargo, sin estabilidad política y acuerdos, todo quedaría reducido a un simple documento oficial.
La pregunta para empresarios e inversores sigue siendo la misma que planteó el economista en La Fluvial: ¿arriesgarse ahora para no quedar afuera si todo sale bien o esperar y perder la oportunidad?
Zuchovicki: "Nadie va a poner plata si los argentinos no creemos en nosotros"
El país es un “verde clarísimo” en un mundo en conflicto, con recursos y capital humano. Pero la desconfianza y la falta de infraestructura frenan el despegue industrial.
¿ARRANCA LA MICRO?
¿ARRANCA LA MICRO?
“Sin infraestructura no hay industria competitiva”, asegura Zuchovicki.
“El Rigi puede
prometer estabilidad por 30 años, pero si la política argentina es un péndulo que cambia las reglas cada cuatro, el régimen se convierte en letra muerta”.
“Se necesitan recursos naturales, además de moverlos, transformarlos y exportarlos”.
Por MARCIA CARRARA