La industria suda la gota gorda para ganar mercados. | Page 69

Hablar de industria mantiene atrapado a los argentinos entre dos relatos estériles. Están quienes defienden la industria desde una postura acrítica y nostálgica, como si su mera existencia garantizara el desarrollo. Esta visión no pone en discusión la necesidad de mejorar la eficiencia, considera la protección como un rasgo permanente, y no presta atención a los cambios globales en la organización de la producción, la innovación tecnológica y el nuevo rol que la industria tiene para países de ingresos medios. En la otra punta están quienes ven a la industria como una actividad ineficiente, subsidiada e irrelevante en un país que debería basar su economía en la explotación de recursos naturales y en los servicios.

Ambas miradas están equivocadas. La primera, porque considera que se pueden replicar herramientas e instrumentos de la década del 40 y no reconoce que el desarrollo industrial del siglo XXI exige nuevas capacidades y realidades: inserción internacional inteligente, agendas compartidas con sectores primarios y de servicios, centralidad de la innovación, entre otras. Asimismo, no complejiza sobre qué sectores, herramientas y apuestas son las que realmente vale la pena impulsar. Una mirada con poca autocrítica y una visión romántica de la industria. La segunda, porque desconoce lo esencial: ningún país mediano sin suficientes recursos naturales se desarrolló prescindiendo de su industria. Todos los indicadores muestran que, en Argentina, los recursos naturales no alcanzan para generar la complejidad económica que un país con una población de 50 millones necesita para crecer de forma sostenida y garantizar una buena calidad de vida a su población.

En el mundo la discusión ya está saldada: la industria volvió al centro de las estrategias de desarrollo. Potencias como Estados Unidos, la Unión Europea o Japón; países emergentes como China o India; en desarrollo como Brasil; y pequeños con alto capital humano como Finlandia o Estonia despliegan políticas industriales ambiciosas. No se trata de volver al pasado, sino de asegurar su lugar en las nuevas cadenas de valor, dominar tecnologías clave y, en algunos casos, garantizar empleos de calidad.

En Argentina discutimos sobre macroeconomía —que, sin dudas, hay que ordenar—, pero eso solo no alcanza. Sin una política industrial moderna, seria y consistente, no hay futuro productivo posible.

Tan en crisis como

indispensable

La industria genera el 19% del empleo formal privado, explica más de la mitad de las exportaciones de bienes, y concentra buena parte del esfuerzo en innovación, formación técnica y encadenamientos productivos. Y existen oportunidades concretas para consolidar sectores industriales como plataformas regionales y globales de exportación: desde la exportación de GNL, hasta la especialización del sector automotriz en pickups, la producción de celulosa y papel en el NEA, la petroquímica y otros derivados del gas y la producción de proteínas animales. También existen apuestas high-tech que son nichos relevantes: biotecnología, el sector nuclear con los SMR, y el sector aeroespacial. La respuesta no puede ser la resignación ni el repliegue. Hay que reconstruir una estrategia productiva moderna, que entienda el lugar que tiene —y debe tener— la industria en el desarrollo del país. Construir el Industrialismo del Siglo XXI.

Los pilares

El nuevo industrialismo implica encontrar un punto medio. Supone salir del péndulo de la protección sin fin o de la apertura como dogma y ubicarse entre la negación liberal de la política productiva o un estatismo sin rendición de cuentas e ineficiente.

La apertura comercial no es buena per se, ni la protección indefinida es una solución. En un mundo donde todos los países —desarrollados y en desarrollo— protegen o promueven sectores estratégicos, pensar que “abrirse” siempre genera eficiencia es una ingenuidad peligrosa. Pero tampoco se puede justificar cualquier protección. Proteger indefinidamente sectores sin balancear el costo social vs. los beneficios que esa protección genera, sin abogar por mejoras en la competitividad, y con una visión de que toda industria es necesaria es una política cara y regresiva. Hay ejemplos claros de errores, como la protección del ensamble de notebooks, que encarece un producto clave a cambio de muy pocos empleos, sin posibilidades de encadenamientos y escalamientos tecnológicos: un proteccionismo bobo.

No hay que temer a la apertura comercial, pero debe ser una apertura inteligente, con un timing macroeconómico razonable: evitar hacerlo con un contexto de fuerte apreciación cambiaria; con políticas de compensación y gradualismo para mejorar la productividad de los sectores; pensando en la integración en cadenas de valor regionales o globales; y con realismo, porque no todos los sectores van a ser competitivos a largo plazo.

A rendir cuentas

En las últimas décadas, se impulsaron muchas políticas sin contemplar sus costos, impactos reales ni criterios de eficiencia, lo que terminó desvirtuando y desprestigiando la herramienta. Eso implica saber poner fin a regímenes de promoción o sectores protegidos cuando los costos sociales, fiscales o productivos superan con creces los beneficios. Es saber elegir, pero también saber soltar, y dejar morir regímenes y sectores cuando el costo social es mucho mayor a los beneficios. Debe focalizarse en sectores con potencial, evaluar con rigor el impacto, exigir desempeño y participación virtuosa del sector privado.

Recursos naturales

+ industria

Exportar recursos naturales no es primarizar la economía. Pensar que vender carbonato de litio pero no fabricar baterías es un fracaso automático parte de una lógica simplista y equivocada. El verdadero desafío es articular los recursos naturales con una estrategia de desarrollo industrial y tecnológico que permita aprovechar su potencial sin caer en esquemas extractivistas sin encadenamientos, pero entendiendo que hay apuestas que son viables y otras que no.

Los recursos naturales pueden generar divisas para ayudar a la estabilidad macroeconómica, y por lo tanto, a la industria; financiar apuestas tecnológicas en sectores intensivos en conocimiento y valor agregado; impulsar la creación de proveedores industriales y tecnológicos, tanto aguas arriba (maquinaria, servicios) como aguas abajo (procesamiento, manufactura), siempre que tenga sentido productivo y económico.

No todo es estratégico

Hay sectores que, por su impacto en el empleo calificado, su potencial exportador, su capacidad de generar innovación o su contribución a la autonomía tecnológica, ameritan una política industrial activa. No se trata de apoyar todo, sino de saber elegir dónde hay ventajas dinámicas posibles, y construir institucionalidad que las potencie.

Experiencias como las de la biotecnología, el sector satelital o la industria nuclear muestran que, cuando hay visión, continuidad y articulación entre el Estado, el sistema científico-tecnológico y el sector privado, es posible construir capacidades diferenciales. El camino es replicar esa lógica en sectores bien seleccionados, con objetivos concretos y políticas que aprendan de sus propios resultados.

Un Industrialismo del Siglo XXI no puede limitarse a proteger lo existente. Debe apostar a construir lo que viene, y para eso necesita poner la innovación y la productividad en el centro.

(*) Cofundador de Misión Productiva, Jefe de Área de Desarrollo Federal del Consejo Federal de Inversiones.

Ni el proteccionismo nostálgico con fecha ya vencida, ni la esperanza utópica de

sobrevivir y crecer sin un anclaje industrial potente. Ejes para armar una estrategia renovada.

ANÁLISIS

La agenda productiva merece ir más allá de los relatos estériles

Por MARTÍN ALFIE (*)

Las actividades primaria e industrial no pueden ser antagónicas.

La ineficiente protección a las netbooks, ejemplo de lo que no se debe proteger.

Un Industrialismo del Siglo XXI no puede limitarse a proteger

lo existente. Debe apostar a construir lo que viene